Habladurías
Un antiguo relato, cuenta que un discípulo se acercó un día a su maestro y le dijó:
- Maestro, quiero contarte que uno de mis compañeros estuvo hablando mal de ti.
(Si alguna vez viviste una situación similar o escuchaste algo parecido en tu equipo u organización, te invito a que sigas leyendo el relato con detenimiento).
El maestro, interrumpe a su discípulo y le dice:
- ¡Espera!, ¿ya hiciste pasar a través de las tres barreras lo que me vas a decir?
- ¿Las tres barreras? - pregunta el discípulo con sorpresa.
- Sí - replica el maestro - La primera es la verdad: ¿ya examinaste si lo que me vas a decir es verdadero?
- No..., solo se lo he oído decir a otros compañeros.
- Pero al menos lo habrás hecho pasar por la segunda barrera que es la bondad; lo que quieres decir, ¿es por lo menos bueno?.
- No, en realidad no. Al contrario, no lo hice.
- ¡Ah! - interrumpió el maestro -, entonces vamos a la última barrera: ¿es necesario que me cuentes esto?
- Para ser sincero, no. ¡Necesario no es necesario!
- Entonces - sonrió el sabio maestro-, si no es necesario, ni bueno, ni verdadero,...¡enterrémoslo en el olvido!
Las campanas del templo
El templo había estado sobre una isla, dos millas mar adentro. Tenía un millar de campanas. Grandes y pequeñas campanas, labradas por los mejores artesanos del mundo. Cuando soplaba el viento o arreciaba la tormenta, todas las campanas del templo repicaban al unísono, produciendo una sinfonía que arrebataba a cuantos la escuchaban.
Pero, al cabo de los siglos, la isla se había hundido en el mar y, con ella, el templo y sus campanas. Una antigua tradición afirmaba que las campanas seguían repicando sin cesar y que cualquiera que escuchara atentamente podría oírlas.
Movido por esta tradición, un joven recorrió miles de millas, decidido a escuchar aquellas campanas. Estuvo sentado durante días en la orilla, frente al lugar en el que en otro tiempo se había alzado el templo, y escuchó con toda atención. Pero lo único que oía era el ruido de las olas al romper contra la orilla. Hizo todos los esfuerzos posibles por alejar de sí el ruido de las olas, al objeto de poder oír las campanas. Pero todo fue en vano; el ruido del mar parecía inundar el universo.
Persistió en su empeño durante semanas. Cuando le invadió el desaliento, tuvo ocasión de escuchar a los sabios de la aldea, que hablaban con unción de la leyenda de las campanas del templo y de quienes las habían oído y certificaban lo fundado de la leyenda. Su corazón ardía en llamas al escuchar aquellas palabras… para retornar al desaliento cuando, tras nuevas semanas de esfuerzo, no obtuvo ningún resultado. Por fin decidió desistir de su intento. Tal vez él no estaba destinado a ser uno de aquellos seres afortunados a quienes les era dado oír las campanas. O tal vez no fuera cierta la leyenda. Regresaría a su casa y reconocería su fracaso. Era su último día en el lugar y decidió acudir una última vez a su observatorio, para decir adiós al mar, al cielo, al viento y a los cocoteros.
Se tendió en la arena, contemplando el cielo y escuchando el sonido del mar. Aquel día no opuso resistencia a dicho sonido, sino que, por el contrario, se entregó a él y descubrió que el bramido de las olas era un sonido realmente dulce y agradable. Pronto quedó tan absorto en aquel sonido que apenas era consciente de sí mismo. Tan profundo era el silencio que producía en su corazón…
¡Y en medio de aquel silencio lo oyó! El tañido de una campanilla, seguido por el de otra, y otra, y otra… Y en seguida todas y cada una de las mil campanas del templo repicaban en una gloriosa armonía, y su corazón se vio transportado de asombro y alegría.
Anthony de Melo escribió esta historia, que nos sirve para reflexionar acerca de la Sabiduría, la cual en ocasiones se confunde con el conocimiento de cosas, con lo científico, con el saber. Sin embargo, la sabiduría es otra cosa. Todos tenemos experiencias de conocer a personas sabias que no han realizado grandes estudios. ¿Cómo se obtiene la sabiduría? Muchas veces recibimos regalos que no utilizamos, que dejamos olvidados en algún rincón de la casa. Para hacerlos servir y que no queden solo como trastos almacenados y olvidados, es necesario estar dispuesto a gustar de la vida, ser capaz de desprenderse de emociones y sentimientos negativos que nos atan e impiden ver con claridad y actuar de manera fluida.
Desacuerdo en la carpintería
Cuenta la historia que en una carpintería hubo una extraña asamblea. Fue una reunión de herramientas para arreglar diferencias.
El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. Se pasaba todo el tiempo haciendo ruidos y sus movimientos resultaban bruscos.
El martillo aceptó la notificación y culpa, pero pidió que fuera expulsado también el tornillo, argumentando que había que darle demasiadas vueltas para que sirviera.
El tornillo aceptó el ataque pero exigió la expulsión de la lija. Señaló que era áspera en su trato y tenía fricciones con todos los demás.
Y la lija estuvo de acuerdo, pero exigió que fuera expulsado el metro que siempre estaba midiendo a los demás como si fuera el único perfecto de todos.
Llegados a este punto, entró el carpintero, se puso su delantal e inició la tarea. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera se convirtió en un hermoso mueble.
Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó el debate. Fue entonces cuando el serrucho, en medio del mismo dijo:
Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso nos hace valiosos, eso es indudable. Así que no pensemos en nuestros fallos y concentrémonos en la utilidad de nuestros méritos.
La asamblea pudo ver entonces que el martillo es fuerte, el tornillo une, la lija pule asperezas, el metro es preciso. Se vieron como un equipo capaz de producir muebles de calidad. Esta nueva mirada los hizo sentir orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.
Aprendieron que es mejor centrarse en las fortalezas, para superar barreras y fortalecer debilidades. Todos juntos creaban muebles de calidad, la expulsión de alguno de ellos habría llevado al fin a la carpintería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario