jueves, 19 de agosto de 2010

Claves en la historia para la gestión cultural de los equipos

La labor de personas en su conjunto siempre ha sido determinante en la consecución de grandes gestas, desde la construcción de pirámides y acueductos al desarrollo de teorías y avances científicos. Pero ha sido muy recientemente, con las ciencias Sociales, como la Psicología o la Sociología que se ha entrado en un estudio e interés más profundo como tal. Es cierto, que hemos vivido en grupos desde el comienzo de los tiempos, pero ha sido relativamente en tiempos recientes cuando nos hemos dado cuenta de la importancia de los grupos. De hecho, el Trabajo en Equipo es una de las principales tendencias organizativas de las presentes y próximas décadas. Esta tendencia ha sido denominada en su momento como “La Tercera Revolución en Dirección de Empresas “.

La Antropología es una disciplina más antigua y con capacidad de mostrarnos cual ha sido la evolución del hombre y de los grupos. Esta evolución, se ha ido consolidando en estratos y de la misma forma que encontramos yacimientos arqueológicos, donde conforme excavamos  encontramos restos de herramientas, utensilios y muestras de diferentes épocas y civilizaciones, también podemos encontrar a través de la historia diferentes estratos que se han ido aposentando en nuestra forma de pensar y de relacionarnos como individuos y dentro de los grupos.



Para poder sobrevivir inicialmente, convivíamos en manadas, dentro de las cuales satisfacíamos nuestras necesidades más primarias de supervivencia y continuidad de la especie. Nuestros cuerpos se daban calor los unos a los otros, el número atemorizaba a nuestros enemigos, las presas se hacían mas fáciles ante el desconcierto y el apareamiento pese a posibles movimientos nómadas era cercano.

Pasamos posteriormente a una época en la que dentro del grupo y gracias a los chamanes conseguíamos aplazar a las fuerzas de la Naturaleza, encontrábamos paz en los rituales y creábamos identidades que nos distinguían. Aprendimos a respetar las tradiciones, honrar a nuestro pueblo, desarrollamos rituales ancestrales, creamos y preservamos los lugares sagrados, definimos roles y relaciones estrictos para vivir en armonía con la Naturaleza.

Sin embargo, cuando la magia y el ritual resultaron sofocantes escapamos cultivando el más crudo sentido del yo. Degollando a los dragones que acechaban en la oscuridad,  individuo se hizo poderoso y busco dominar a los que le rodeaban y también a la naturaleza. Se crearon guerrillas territoriales, someter y dominar era la consigna a la supervivencia. Se construyeron muros frente al peligro de los otros y las relaciones eran polarizadas de dominancia o sometimiento.

Buscamos después un principio organizador mayor que cualquier individuo o grupo.  Cuando el caos y la anarquía se adueñaban de todo, buscamos sentido y encontramos paz en el orden absoluto e incuestionable del Poder Superior o de la autoridad justa. Las leyes y Dios se encargaron de regular nuestra convivencia. Asentamos organización, limpieza, precaución y cuidado, siempre a través de un profundo respeto a la verdad de nuestros valores, la moral y el código de conducta.

Los más individualistas no tardaron en retar a la autoridad y buscaron cómo crear la abundancia para la buena vida aquí y ahora, llegando el momento para la prosperidad. Cuando el orden absoluto se hizo opresivo y represivo, empezamos a impacientarnos por recompensas eternamente diferidas, quisimos inmediatez. Demandamos atención, fijamos altas expectativas creando objetivos, testeamos posibles errores y movimos hilos de forma estratégica hacia la consecución de resultados.

También llegó el momento en el que tanto materialismo orientado al progreso fracasó en traernos la felicidad y sentimos que nos habíamos quedado solos. Nuestra actividad se hizo altamente participativa, la igualdad y alta aceptación de los sentimientos de los otros la tónica a seguir. La seguridad social y lo correctamente político las tónicas de la inversión en todo ello.

Pasamos a darnos cuenta que la vida es aprendizaje, buscamos la libertad y la independencia. La existencia raramente había de ser temida. Nos centrados en nuestro conocimiento, con una visión global e integramos la naturaleza del caos y el cambio, haciendo el paso a entender las cosas bajo un prisma de sistemas entrelazados. Las expectativas de competencia fomentaron la separación clara de roles. Integramos sistemas y descentralizamos el poder, haciendo más con menos.

Y finalmente se intentará restablecer la armonia perdida, encontrando sinergias con todas las formas de vida y restablecer nuevamente el orden en nuestro mundo. Volveremos a mirar en 360º y los planes serán a medio-largo plazo, las emociones y la razón convivirán juntas. Maximizaremos nuestras relaciones, diversificando nuestras interconexiones y enriquecimiento de nuestra mente.

Pero para esta última etapa, todavía queda tiempo por delante. No tenemos estratos, ni legados arqueológicos de su manifestación, aunque veamos algunas pruebas de acercamiento, como pueda suceder en las tendencias de entornos de trabajo 2.0 y otras tendencias denominadas de tipo colaborativo, como redes sociales, siendo parte del mundo global y tecnificado en el que vivimos.


Estas etapas han dejado su huella en nuestra forma de pensar y de relacionarnos y todo disponemos de esas huellas, aunque en diferentes medidas. Cuando los grupos operan de forma efectiva, pueden resolver problemas más complejos, tomar mejores decisiones, liberar mayor creatividad y hacer más por el desarrollo de las habilidades individuales y dedicación de los individuos que si trabajaran a solas.

Resulta imperativo que los líderes de hoy no sean solo buenos gestores con los conocimientos y habilidades para dirigir, sino que además sean líderes, que inspiren, orienten, apoyen y participen como un miembro más dentro de los equipos. Es necesario que identifiquen en sí mismos, en los otros y gestionen las huellas que la historia nos ha dejado. 

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